Después de caminar durante más de veinte minutos Martín estaba agotado. Ya le faltaba menos para llegar al hospital, pero justo en ese momento vio que de frente venia Marcos caminando. Intentó cruzar a la acera de enfrente para que este no le viera pero no le dio tiempo, Marcos ya le había visto y le llamaba saludándole con la mano.
– ¡Eh, Martín! – le llamó a gritos.
Martín se acercó a él.
-¿Qué tal Marcos? No te había visto- mintió Martín
-¿Por qué no estás en clase?- le preguntó Marcos- Te estas escaqueando como yo.
-Si- le contestó Martín- es que hoy no me apetecía ir.
-A mí tampoco y después de lo de la paliza tenía miedo por si Raúl hablaba con el director- le dijo Marcos- Oye, ¿Por qué no compramos unas cervezas y vamos al parque a pasar la mañana?
-No puedo, es que he quedado con un amigo y ya llego tarde- le mintió Martín para librarse de él.
-¿Y con quien has quedado?- le preguntó Marcos extrañado.
-Con un amigo que no conoces- le contestó Martín, que ya se estaba poniendo nervioso- Bueno, tengo que marcharme, ya nos vemos en clase mañana.
Se despidieron y Martín siguió su camino aligerando el paso ya que había perdido mucho tiempo con Marcos. Este se quedó extrañado. Nunca había visto a Martín tan nervioso.
Por fin Martín llegó al hospital. Entró por la puerta principal y caminó hasta el mostrador de la recepción. Allí estaba sentada una enfermera bastante entrada en carnes y que a juzgar por la bolsa de patatas fritas que tenía a su lado, no tenía pensado ponerse a dieta en un futuro cercano. Martín le preguntó a la enfermera por la habitación de David.
-Hola buenos días- le dijo- Quiero visitar a mi amigo David Bermejo, ingresó ayer por un atropello.
La enfermera tecleó en el ordenador el nombre y rápidamente le salió la información en la pantalla.
– Tu amigo está en la habitación 205, en la segunda planta- le informó la enfermera, mirándolo de arriba a abajo de una forma extraña.
-Gracias- le respondió Martín y se dirigió hacia el ascensor.
Después de esperar un buen rato a que el ascensor bajara, por fin llegó y Martín se montó en él. Pulsó el botón de la segunda planta, se cerraron las puertas y el ascensor comenzó a subir. Estaba nervioso, sudaba y tenía la frente empapada. Sacó la pistola de debajo de su camiseta y la miró sosteniéndola en la mano. Utilizarla sería el último recurso. El ascensor llegó a la segunda planta y Martín volvió a guardar la pistola rápidamente antes de que se abrieran las puertas. Después caminó hacia la habitación de David. Respiró hondo frente a la puerta y se asomó por la ventanilla de cristal para mirar dentro de la habitación. Allí estaba David, tumbado en la cama, durmiendo y con el teléfono móvil sobre la mesita de noche.
CONTINUARA…